En estos tiempos de culto al cuerpo y body building que nos ha tocado vivir el trabajo de un humilde dermatólogo de la SS (que no de las SS, jejeje) es un poco como una pequeña lucha diaria contra los elementos.
Todo el mundo (y en el término incluyo a jóvenes y mayores, a hombres y mujeres, a niños (llevados por sus papás en este caso) de la étnia u escalón social al que pertenezcan), se halla hoy en día preocupado de una manera excesiva, a mi modo de ver desde mi lado de la barrera, está claro, por pequeñas imperfecciones cutáneas, o apéndices verrucoides, o manchas, o lunares (adquiridas o de nacimiento), que en la mayoría de los casos no representan importancia alguna.
Es tan sutil y tan fina la línea que separa lo estético de lo patológico, lo que debe ser tenido en consideración de lo que no, que la gente de la calle no es capaz de hacerlo por sí misma. Y a veces, las más de las veces, el consejo del médico de cabecera, de familia, como se llama ahora, no es tenido en consideración y se exige la remisión al especialista.
Nuestros colegas de MFyC son buenísimos profesionales, codiciados en toda Europa, ¿por qué sino nos estamos quedando sin médicos en España, qué creiáis?, pero los usuarios (como se les llama ahora) de la sanidad pública exigen (que paesopagan) la valoración por el especialista, que de ese modo se ve desbordado en su labor diaria de bucear entre la morralla para no dejar escapar el caso de interés.
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